Se llama Antonio por San Antonio Abad, patrón de los animales y de Trigueros, su pueblo. El único santo, le cuenta a la periodista, que está afiliado a la UGT por una maravillosa historia de consenso que ocurrió en 1932 y que quizá lleve a la pantalla grande en perfecta comunión con su paisano Juan Cobos Wilkins. Un paisano con el que ha compartido laureles, al haber adaptado al cine su libro «El corazón de la tierra», basado en unos hechos ocurridos en las minas de Riotinto en el llamado «año de los tiros».
-Señor Cuadri, «El año de los tiros», donde murieron muchos mineros en una manifestación reivindicativa, fue un suceso del XIX que se ha conocido ahora, ¿por qué se tarda tanto en saber las verdades?
-No interesa que se conozcan las verdades. Riotinto fue víctima del poder de una compañía minera inglesa que influía en los gobiernos y tenía incluso sus propios periódicos. Riotinto era una colonia donde los mineros trabajaban todos los días menos el del cumpleaños de la reina Victoria. Cuando en 1954 se fueron los ingleses estábamos en una dictadura y los sucesos se han conocido con la democracia. Si en un régimen de libertades también se oscurecen determinados hechos, cuanto más en una situación de colonialismo opresor.
Antonio Cuadri, un «manitas» que podía haber sido feliz como carpintero, es hijo de un ganadero de reses bravas, con una divisa muy respetada en el mundo taurino. Pero Antonio Cuadri hace películas y va poco a las plazas. «Me gusta ver las corridas de Cuadri en la televisión; no soy un entendido, aunque si a Picasso o a Lorca les gustaban los toros, es para tenerles respeto». Lleva al cuello una cruz de Caravaca de oro y dice que es un existencialista optimista. «De la vida me interesa el viaje que supone. Voy siempre ligero de equipaje y tengo una fe innata. La religiosidad es un método y la espiritualidad, una sensación. San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, el Tao y Buda tienen ciertos paralelismos. Le tengo mucho respeto a las creencias religiosas siempre que se aborden con profundidad, sin caer en el esoterismo de bolsillo. La reciente muerte de mi hermano Miguel Ángel, Michael, como le llamábamos en familia, me reafirma en mis creencias. Esta pérdida tan dura me ha despojado de golpe de mi infancia, la única patria del hombre, como decía Rilke. Además, mi hermano pequeño era un hombre excepcional. Dentro de unos meses, la vida seguirá, pero como dice la sabiduría popular, el duelo hay que pasarlo».
-Usted es de Trigueros, pero decía Max Aub que se es de donde se hace el bachillerato, ¿está de acuerdo?
-Sí, porque es la época de la adolescencia que te marca para toda la vida. Yo lo estudié en Sevilla, en el Claret. Me gustaba la música, tocaba la guitarra y montaba saraos. Tenía una cámara y un tomavistas y con mis amigos formamos el Colectivo Cinematográfico del Bodrio. Estábamos, entre otros, Aurelio Domínguez, hoy realizador de Canal Sur; Pepe Castaño, director de marketing; Jaime Álvarez, director comercial; Almendringo, «El huracán» de El Coronil, maestro de escuela; Salvador Ramírez, rector de la Universidad de Huelva; Luis Manuel Carmona, realizador de TV y director artístico de mis películas; Paco Perales, profesor de Ciencias de la Imagen; Rafael de Lora, funcionario, y los empresarios Juan Carlos Cortés, Antonio Escudero y Antonio José Real. Llegamos a hacer el corto «Antoñito José se va a la mili» y ganamos algunos premios. Lo más importante es que aún nos seguimos viendo.
Ha llovido mucho desde aquel entusiasta tomavista. Tanto que al séptimo arte español lo regula ahora una controvertida Ley del Cine. «Existe mucha hipocresía cuando se habla de libertad de mercado y se practica la oligarquía. Hay que hacer compatible la libre circulación de películas americanas, pero sin que su serie B le quite espacio al cine independiente español, que debe hacer un esfuerzo por conectar con el público».
-Un director de cine es para el común de los mortales un ser inalcanzable, convénzame de que es un hijo de vecino como los demás.
-Me encanta mi oficio. Lo que peor llevo es esa especie de ego ambulante que, sin generalizar, existe entre la gente de la profesión, lo que en Huelva llamamos tonteras. Y en este mundo hay mucho tontera. Ese «iluminismo» del director de cine me da pereza y vergüenza. Yo sólo intento empaparme de la gente para contar historias que me conmuevan e interesen.
ABC