Hace casi tres años escribía en esta columna sobre Biografía impura, un poemario de Juan Cobos Wilkins, galardonado con el Premio de la Crítica de Andalucía, que suponía un reencuentro con el poeta después de once años de ausencia en las publicaciones poéticas, si bien, escribíamos, nunca habíamos perdido su llama poética que trasciende en sus novelas, en todos sus escritos, en su verbo transido de esa línea deslumbrante de la inspiración y el ingenio "de la yema de su dedo que intenta / bordar su propia huella / de tanta maravilla". Afirmábamos entonces que el autor nos devolvía a sus inolvidables Espejo de príncipes rebeldes (1989), Diario de un poeta tarteso (1990), Llama de clausura (1997) -premiado con el Gil de Biedma- y Escritura y paraíso (1998).
Este libro, sin duda, nos persuadía de que estábamos ante un autor de recia personalidad poética, de un poeta poseedor de un ámbito de leyes propias, de una poesía distinta, profunda, sutil, inteligente, dominador de esa transformación mágica de la palabra o de lo que él llamaba en la dedicatoria de tan inolvidables versos "el vértigo de estos poemas entre pasión y armonía". Ahora que lo encontramos de nuevo en su más reciente publicación poética -una magnífica edición, por cierto, excepcional por lo poco habitual en los libros de poesía-, Para qué la poesía, justamente distinguida con el XVI Premio de Poesía Ciudad de Torrevieja, estamos aún más convencidos de la potestad de ese universo personal que Juan Cobos Wilkins ha creado con sus poemas.
Joaquín Pérez Azaústre, colega en estas páginas de opinión de nuestro diario, dedicaba hace unos días su artículo habitual al libro Para qué la poesía, y afirmaba "sigo pensando que la poesía nos salva", y sostenía que, frente a los embates nefastos y depresivos de la actualidad, el poemario de Juan Cobos Wilkins sirve "para seguir viviendo, para poder tocar el sol de Huelva, para ayudarnos también a respirar". Versos sobre el olvido, el dolor y las limitaciones de los humanos en la comunicación y el enigma perturbador de aquellos que ven malogrados sus recuerdos.
El poema inicial, Mater, abre el curso de un suave y absorbente descenso a una sima inescrutable y misteriosa, en el que seguimos la voz del poeta: "Estoy / para ser la linterna que sin miedo se adentra en saqueadas / galerías oscuras, y su haz no se agota porque es luz sin olvido, / porque es luz de luciérnagas". Comprobamos así el acierto del prestigioso jurado que premió este fascinante poemario, destacando "la fuerza y originalidad" del texto "repleto de poesía trabada y de lirismo extraordinario" y "tabla de salvación como único bastión de la memoria".
Es justo recordar todo esto cuando la apasionada lectura de Para qué la poesía nos adentra con inquieta fascinación, desde lo cotidiano y lo insondable, desgranando versos de subyugadora conciencia que expresan sufrimiento, desolación, laberintos difusos, alejamientos abismales, incomunicación, ¿olvido?, pero también consuelo y esperanza… "No me olvides poema último amor para sanar para vivir".
Vicente Quiroga
Huelva Información