El autor de los premiados 'best-sellers' 'El corazón de la tierra' y 'El mar invisible' clausura esta tarde las jornadas Poesía Última de la Fundación Alberti
Los presos de la cárcel de Huelva han bautizado con su nombre la biblioteca de la prisión. Juan Cobos Wilkins (Minas de Riotinto, 1957), suma con orgullo a su largo palmarés este singular homenaje, y duplica en El mar invisible la apuesta por «la literatura de invasión, ética y estéticamente comprometida» que ya hizo en El corazón de la tierra, novela que va camino de su 17 edición y que Antonio Cuadri adaptó al cine con notable éxito. Esta tarde clausura las jornadas Poesía Última, de la Fundación Alberti, con una conferencia en la que analizará la vigencia de la poesía, a pesar de «los extraños lances y misteriosos avatares» que supone optar por «tan raro destino en estos tiempos virtuales».
-Ha titulado su conferencia de hoy, en la Fundación Alberti, Mamá, quiero ser poeta. ¿Recuerda cuándo lo dijo en casa?
-He querido jugar con ese latiguillo musical, hacer un guiño a esa expresión sencilla para reflejar lo que ocurre cuando un joven, como hice yo, declara firmemente que su camino es la poesía en un mundo tosco, que transita sin remedio por territorios prosaicos, banales y urgentes. Lo que contaré es cómo viví esta experiencia iniciática, de introspección y descubrimiento.
-Sin embargo, después de años de dedicarse a la poesía, ha sido la novela la que le ha proporcionado notoriedad y reconocimiento. El fenómeno no es nuevo...
-Suele ocurrir. Pero no lo considero una evolución creativa, ni mucho menos. Son ámbitos paralelos, que reclaman su propio tiempo y su propio espacio. Siempre he pensado que, en el fondo, es la propia idea -que se quiere escribir- la que decide cómo quiere ser escrita. Uno actúa como un mero transmisor.
-¿Lo de poesía o prosa es, por tanto, un falso dilema?
-Mi segunda novela, Mientras tuvimos alas, surge de una pregunta contenida en un poema. ¿Y si el príncipe / entre ser o no ser/ elige la o/? ¿Y si el príncipe, entre esas opciones tan directas, tan rotundas, tan dramáticas, elige el elemento en el que nadie repara, que vive y late en medio de esa mítica dicotomía? O, dicho de forma menos literaria, yo soy de una tierra en la que es tan excelente el jamón de pata negra como la gamba blanca. ¿Por qué voy a tener que quedarme con una u otra cosa?
-¿Cree que hay poetas que acaban pasándose a la narrativa para estar o sobrevivir en el mercado?
-Yo he tenido mucha suerte. Mis novelas han gozado del favor de la crítica y del beneplácito del público. La prosa concita mayor expectación mediática, de eso no cabe duda. Ahora, ocho años después, vuelven a reeditar El corazón de la tierra. Creo que van 17 ediciones.
-Ha escrito usted un best-seller. Y, eso, en ciertas esferas culturales, está incluso mal visto...
-Ya, pero mis obras no responden, para nada, a ese arquetipo, vendan lo que vendan. Hay muchas personas que se han identificado con las historias, pero una novela que tiene como protagonista a una anciana y a un anarquista, en la que no hay gore, no hay droga, no hay descerebrados y no hay gente que se pasa los días follando en el capó de un coche, no sigue la línea del best-seller al uso. Hablo de gente oprimida, aplastada y mantengo mi compromiso ético y estético con el ser humano. Pensé que nunca vendería mis novelas fuera del pueblo, y que las comprarían, por no hacerme el feo, familiares y amigos. Ahora resulta que tengo que ir a Irlanda, Colombia y México a hablar de cómo y por qué las escribí.
-¿Cuál es la moraleja?
-Que hay miles de lectores que esperan algo más de la literatura de lo que, en muchas ocasiones, se les está dando.
-Dobla la apuesta en El mar invisible...
-Completamente. Está teniendo una acogida estupenda, y es una novela dura, difícil, que trata sobre dos reos que mantienen una entrevista a tumba abierta, justo la noche antes de que uno de ellos sea ejecutado a garrote vil. El otro es homosexual y está en la cárcel por defender la democracia y las libertades cívicas. Mantiene el mismo compromiso con la literatura no de evasión, sino de invasión...
-¿A qué se refiere?
-Yo defiendo, junto a la literatura de evasión, que nos saca de nosotros, nos pasea por nuestros alrededores, nos ciega ante el recuerdo, la memoria y el pensamiento; frente a esa forma de crear, reivindico la que hace que nos repleguemos hacia el interior. Ahí descubrimos que, en esas simas profundas, en esos espacios recónditos e íntimos, somos capaces de brillar como los peces abisales, generando nuestra propia luz, sin que nos haga falta reflejar la de otros... Pero, claro, para constatar esa fuerza, para sentirla, primero hay que tocar el fondo... Sin miedo. Eso es lo que esconde El mar invisible.
-¿Hay que sufrir intensamente para conocer la esperanza?
-En literatura, siempre. Confío en el poder sanador de la palabra. En mis novelas utilizo las palabras como los héroes legendarios blandía sus espadas: con el mismo filo que herían, cauterizaban las heridas...
La Voz Digital