viernes, 23 de noviembre de 2007

Las palabras de la última noche

Cobos Wilkins novela la sed de libertad de un homosexual y un reo de muerte

La noche inunda uno de esos encuentros que se dan pocas veces en la vida. Dos hombres se lanzan a tumba abierta en una conversación en la que se desvelan secretos, se exorcizan fantasmas y el alma se expone en carne viva. Son dos perseguidos, dos seres condenados a la soledad. Uno está entre rejas porque combate una dictadura y porque es homosexual; el otro, al que se acusa de un doble asesinato, será ejecutado en el garrote vil cuando amanezca. La dictadura franquista vive sus últimos momentos. Lorenzo Alange, maestro de escuela que ama la libertad y lucha por ella, y Damián Jaramundi, reo de muerte, ex boxeador y ser indómito con el instinto de un puma, recuerdan sus vidas al margen del rebaño humano, que los teme y desprecia a la vez.

Así se inicia la novela El mar invisible, del escritor onubense Juan Cobos Wilkins. El mar invisible, que ha sido publicada por Plaza y Janés, ha quedado finalista del VI Premio de Novela Ciudad de Torrevieja. "El mar es el gran símbolo de la libertad para el ser humano. Parece que el agua y el cielo se unen en el mar. Y nos empeñamos en llegar a ese punto de unión. Pero el horizonte siempre está más allá; siempre se nos escapa. Parece que sobre las aguas no rigen las leyes de los hombres en la tierra. Cuando se va navegando, el mar es como otro mundo que tiene otras coordenadas, otras normas, con una libertad superior. En el inconsciente, el mar es el lugar por donde huir, por el que tomar otro rumbo de vida", explica Cobos Wilkins al hablar del título de la novela.

Sus personajes tienen muy cerca el mar, pero no pueden sumergirse en su liberación. "El mar se puede oler y sentir en los muros de la cárcel. Pero no se puede ver; no se puede estar en su orilla; no se puede sentir cómo rompen las olas en los pies", matiza el escritor, que es autor de varios poemarios y de la novela El corazón de la tierra. El ansia de libertad se hace más lacerante para los presos por la cercanía de un bien imposible.

Lorenzo Alange sufre prisión porque no se adapta a la barbarie cotidiana de una tiranía codificada por sucedáneos de leyes. "Lorenzo tiene todas las papeletas para que le encarcelen en una dictadura. Es un defensor de las libertades civiles y la democracia, lo que es un aspecto exterior. Pero, además, es homosexual. En lo privado es alguien que se considera indigno de poderse manifestar tal y como es; alguien al que la dictadura franquista considera vago, maleante o peligroso social. Lorenzo está doblemente marginado: como paria social y como paria del amor", comenta.

Dos seres muy diferentes en apariencia, el homosexual idealista y combativo y el buscavidas experto en estrategias de supervivencia, logran hacer de su encuentro y conversación una ceremonia íntima y esencial. "Quise escribir una novela que hablara del amor, de las soledades, de la libertad y del poder sanador de la palabra. Quería utilizar la palabra como las espadas de los héroes mitológicos, que con el mismo filo que herían, a la vez cicatrizaban y curaban la herida. La intensidad del tema, incluso su dureza, en una situación tan extrema encontraba el bálsamo en la palabra del escritor y en las palabras que se dicen los dos protagonistas. Quizás, lo único de lo que no te puede privar la cárcel es de la imaginación y su materialización: la palabra", asevera.

"Esto lo comprendí cuando los presos de la cárcel de alta seguridad de Huelva crearon un club de lectura y le pusieron mi nombre. Y vi que, en vez de alinearse paralelos los barrotes privadores de libertad, se alineaban los lomos de los libros que contenían eso que no podía ser amordazado: las palabras", concluye Cobos Wilkins.

El País