martes, 20 de noviembre de 2007

Juan Cobos Wilkins _ Escritor: «La literatura y la palabra dan libertad y tienen poder balsámico»

Lunes, 19 de noviembre de 2007

Varias coincidencias ayudaron al nacimiento de «El mar invisible», entre ellas la visita de su autor a una prisión, donde conoció la realidad de los presos y se comprometió con la lectura como forma de libertad para los privados de ella.

- Un libro con una realidad terrible. Casi parece mentira que cosas así pasaran hace tan poco tiempo, en 1971.

- Ciertamente. Creo que las generaciones que tienen ahora 20 o 30 años pueden quedarse muy sorprendidas al leer «El mar invisible» y comprobar que mira atrás, pero sin poner demasiado el espejo retrovisor. Sólo con un ladeado de cabeza nos encontramos con un pasado tan oscuro, tan maltratador como el que puede aparecer en esta novela. Pero ciertamente es así. Parecería que ha transcurrido un siglo y que se está hablando de los comienzos del XX, pero no, el garrote vil se estaba utilizando en España hasta 1975.

- ¿La belleza de la prosa y de la literatura puede surgir de realidades tan sórdidas y tristes?

- Aunque es una novela intensa, con aristas, la belleza de la prosa sirve para que la historia quede potenciada precisamente por el choque que produce con la manera de mirar de alguien que es poeta. Creo que es como la espada de los héroes, que con el mismo filo que herían cicatrizaban esa herida, la cauterizaban. Algo de eso creo que hay en «El mar invisible». La laceración que puede producir el conocimiento de los hechos que se cuentan queda absolutamente cauterizada, quizá por el poder sanador de la palabra, que es algo que me ha importado mucho en la escritura de este libro. También a los protagonistas es la palabra la que creo que les ayuda a caminar sobre ese mar invisible que se gestó de una manera tan especial.

- ¿El mar del título simboliza la libertad?

- Ahí surgió la gran metáfora de la libertad a través del mar, que estaba casi a un tiro de piedra de la prisión de Huelva. Si el mar significa en cualquier ser humano ese horizonte de libertad inalcanzable se hacía aún más terrible, más lacerante, en una cárcel que estuviese muy cerca, porque se podía oler el mar, se sabía que estaba casi al alcance de la mano, que a los muros llegaba la salitre. Pero no se veía.

- Y en esta prisión es donde viven sus personajes.

- Ahí decidí situar dos personajes en el vértigo y en el límite. Por una parte, un boxeador que ha sido condenado a garrote vil por el asesinato brutal de dos hermanas y va a ser ajusticiado, que es un verbo terrible, a garrote vil. Este boxeador, un paria social, que será ejecutado en la madrugada aunque no se sabe del todo si es culpable de esos sórdidos asesinatos. En esa madrugada, pide hablar con otro preso. Es un maestro de escuela preso por dos motivos: por ser homosexual y porque mantiene una lucha activa en la defensa de las libertades civiles y de la democracia. Tiene dos papeletas en la rifa del terror para ser represaliado.

- ¿Cómo coinciden dos personas tan diferentes?

- Con este maestro pide el reo de muerte charlar la última madrugada de su vida, aunque flota en el aire la posibilidad del indulto. Es una larga madrugada agónica, de vértigo, en situación extrema de una persona porque va a morir y de la otra que sin saber por qué se encuentra en esa celda final y compartiendo con un desconocido sus últimas horas. Hablan a corazón abierto y afloran esos secretos que de pronto somos capaces de revelar a un desconocido y que nunca habíamos dicho sin embargo a la persona que camina a nuestro lado. Ese fulgor del relámpago que te obliga a desnudarte en un momento de vértigo, de intensidad, de abismo y que hacen que afloren terrores, pero también esperanzas.

- Las letras y la cárcel siempre se han llevado bien. Cervantes, San Juan de la Cruz y Miguel Hernández escribieron en prisión, donde tanta gente halla consuelo en la lectura.

- Es cierto, en algún momento lo he pensado. Y posiblemente es por la necesidad de compensación. Algo que da la literatura y la palabra es libertad y tiene un poder balsámico. De alguna manera, el maestro homosexual y defensor de la democracia hace en «El mar invisible» con el condenado como de una especie de Sherezade de «Las mil y una noches». Le da lo único que le puede regalar, que es la palabra. Hay las dos cosas: la intensidad y la necesidad de recibir el consuelo que da la palabra y por otra parte la utilización de la libertad y de la imaginación. Creo que es un escape en el mejor sentido, porque es hacia dentro para liberarse de la opresión que supone en todos los terrenos estar privados de libertad.

- ¿Tiene que afrontar la narración de una forma muy distinta a la poesía?

- He combinado a lo largo de los años ambas cosas de manera igualmente gozosa y gustosa para mí. Soy de una tierra en la que es tan bueno el jamón de pata negra como la gamba blanca. Y pudiendo comer y disfrutar de ambos, ¿por qué voy a tener que prescindir de uno? La manera de enfrentarse a una obra y con un número de páginas considerable, con un tipo de escritura y de trama no muy al uso de lo que ahora es «best seller» literario, es desde la conciencia y desde la emoción. Así creo yo que está escrito «El mar invisible», desde una ética estética, porque las concibo como siamesas que no se podrían separar sin que el corazón quedase dividido. No podemos separar la sístole de una de la diástole de otra: en «El mar invisible» hay una ética estética, una conciencia y una emoción. Eso significa un tiempo de trabajo que acarrea una estructura de composición muy distinta a la del poema. El poema es un relámpago y la novela es una tormenta.

ABC Córdoba