La noche en que a Federico García Lorca le pegaron cuatro tiros por rojo y maricón...
La noche en que a Federico García Lorca le pegaron cuatro tiros por rojo y maricón (en la jerga de Millán Astray, le dieron “café, mucho café”), el mar dejó de moverse. Así, con esa inmóvil metáfora, ha titulado Emilio Ruiz Barrachina su fílmica y documental reconstrucción del crimen del poeta. Lorca. El mar deja de moverse es una de esas películas necesarias, verdaderas, intensas, que deberían verse en los institutos, en las bibliotecas públicas, en todos los cines. Que debería ganar un Goya.
No es ficción, claro, sino la cruda verdad de lo que sucedió en Granada durante los días que antecedieron a la ejecución de Federico. Todos los actores de aquella espantosa tragedia, que todavía hoy nos sobrecoge y conmueve hasta las lágrimas, desfilan por las imágenes: desde los falangistas que apretaron el gatillo hasta los mandos militares que promulgaron la orden fatal. Y, para terminar, la última paletada de horror: tantos años después, los restos de Lorca siguen enterrados en una fosa común, en las profundidades de un barranco próximo a Granada, en compañía de cientos, quizá miles de víctimas que corrieron la misma suerte. En su doble calidad de escritor y director cinematográfico, Ruiz Barrachina se ha propuesto narrarnos la secuencia de los hechos con claridad y precisión. Los recitados de Juan Cobos Wilkins, la música de Sergio González Carducci o la locución de Ángeles Macua aportan un contenido poético, sensible, estético al relato, pero son la rotundidad y el simbolismo de los acontecimientos los que sostienen la línea argumental hasta el hermoso, triste y esperanzador desenlace final. Dos pesos pesados, Ian Gibson y Félix Grande, van desgranando, en testimonios alternos, su conocimiento de la malaventura del crimen, de sus causas, de su mecánica, describiendo la dramática confluencia de elementos adversos que, como negras nubes, se cernieron sobre el destino del artista. Asistimos, por el túnel catódico del tiempo, a aquella inolvidable entrevista televisiva en la que un destrozado Luis Rosales rememoraba los fatales días en que Federico se refugió en su casa, y nos adentramos, de la mano de Pilar Góngora y deMiguel Caballero, en los entramados familiares de la vega granadina, lazos de sangre que estallaron también con la Guerra Civil.
Esa visión, la del círculo endogámico de los García Rodríguez, los Alba, los Roldán, es una de las aportaciones decisivas del documental de Barrachina. Algunos de aquellos parientes que se casaban o disputaban entre sí no veían con buenos ojos las costumbres de Federico, su condición sexual, sus simpatías republicanas. Cuando el primo poeta, tras el asesinato en Madrid de Calvo Sotelo, regresó a la Huerta de San Vicente en busca de protección, otras fuerzas primigenias cebarían en él su sed de venganza. Lorca. El mar deja de moverse es una metáfora de la Guerra Civil y, en el fondo, de nuestra propia naturaleza. Un estremecimiento nos recorre cuando pensamos que esa misma historia, con protagonistas menos ilustres, se repitió hasta la saciedad en todas las ciudades y pueblos de España. Vean una, varias veces este documental. Somos nosotros.
Juan Bolea - Tiempo